Conduzco todos los días unos 100 kilómetros en los alrededores de Madrid. Y llevo años maravillándome de la forma de conducir de los madrileños, que supongo será la misma que la de los conductores de toda España.
Aunque hay conductores sensibles, una cierta mayoría son personas impacientes, agobiantes, que se pegan a la trasera del coche pitando y poniendo luces, con ansia de correr como locos para frenar bruscamente unos metros hacia delante.
Esto no tiene el menor sentido desde el punto de vista del objetivo de la conducción que es llegar a tiempo al destino. Pero es mucho peor respecto al medio ambiente, a la riqueza de cada persona y del país en general.
Los coches necesitan el combustible para realizar trabajo físico. Este se define como la fuerza por el espacio recorrido, y la fuerza es la masa por la aceleración, de manera que para ahorrar energía en forma de trabajo se precisa limitar las aceleraciones al mínimo posible. La conducción a base de acelerones y frenadas no solo es molesta, sino que es estúpida.
Recordemos que estupidez es hacer el mal sin sacar nada a cambio. Esa conducción es estúpida pues ¿Qué gana el conductor? Alrededor de las ciudades la progresión de una tal persona solo consigue ir de atasco en atasco, sin ganar un segundo en su viaje. Dentro de las ciudades una conducción sincopada, con acelerones y frenazos solo consigue ir de semáforo en semáforo sin adelantar un metro más que aquellos que conducen sin grades aceleraciones.
¿Y en las carreteras? La fuerza del motor, cuando no hay aceleración, se emplea en superar el rozamiento del aire, y este es proporcional a la velocidad al cuadrado del vehículo. En un viaje de 30 km a 90 km/h se tardan 20 minutos, a 120 km/h se tardan 15 minutos, una diferencia nimia de 5 minutos. Pero la energía gastada, proporcional al cuadrado de la velocidad, es 1.78 veces mayor a 120 km/h que a 90 km/h.
Está claro, sin más análisis, que la conducción violenta, sincopada, la conducción a alta velocidad, y los atascos, no solo molestan estúpidamente, sino que aumentan la disipación de riqueza, para nada, y la contaminación hasta extremos absolutos.
Los atascos precisan una conducción suave, con mucho sitio entre vehículo y vehículo, pues buena parte del problema es la dificultad para maniobrar cuando los vehículos están apelmazados entre sí. Un esquema de cremallera en los atascos resolvería al menos la mitad de sus problemas, y esto no es responsabilidad de las administraciones, sino de los conductores, que, confundiendo la posición con su variación, la velocidad, generan ellos mismos los atascos al poner cada vehículo a un metro del que va delante.
Estamos fastidiándonos a nosotros mismos, perdiendo nuestro dinero, y nuestro tiempo, estamos destrozando el medio ambiente, generando contaminación, y cambio climático, esencialmente para nada, o en el mejor de los casos para ganar 5 minutos en un viaje.
Una conducción diferente, tranquila, suave, ahorra dinero para cada persona, directamente, e indirectamente a través de un ambiente mejorado, y frenando el cambio climático, que también nos va a costar, a todos, una barbaridad de riqueza.