Las personas que estudiamos los problemas ambientales solemos analizar todos los ángulos de los mismos. Sabemos que una vida respetuosa con el Medio Ambiente es, no solo mejor a largo plazo, para las personas y la sociedad, sino incluso mejor ahora mismo.
¿Qué mejor que respirar aire sin contaminar, comer unos tomates con sabor, beber un agua sin cloro? ¿No sería magnífico dejar de escuchar los ruidos de coches, camiones y autobuses? ¿No sería maravilloso compartir el planeta con muchos de los animales que aún lo habitan?
¿Por qué no lo estamos haciendo?
El haber hecho las cosas mal hasta ahora es una consecuencia de la falta de reflexión desde el comienzo de la era industrial, de la falta de ganas de aumentar nuestro conocimiento de actuar siempre sabiendo lo que hacemos.
Los empresarios ingleses del siglo XIX estaban acostumbrados a comerciar, bien con bienes de lujo para muy pocos clientes, bien con esclavos que no tenían ninguna capacidad de adquirir productos. Desconocían el principio básico de Henry Ford, de que uno debe pagar bien a los trabajadores, pues son estos los que compran los bienes producidos.
Hoy llevamos más de 200 años de teoría económica y es preciso repetir esta realidad una y otra vez, a todos aquellos que tienen algún poder de decisión. El sistema capitalista, que es el que se supone que desean, exige vender los productos producidos, y que las gentes compren los servicios ofertados. Sin compra no hay venta, y sin venta no hay beneficios.
La sociedad inglesa, y muy pronto, la estadounidense, empezaron un ciclo de crecimiento económico puntuado por crisis largas, producto de esa ignorancia, o del rechazo voluntario del conocimiento, de la realidad. La razón era también histórica: Una buena parte de la economía inglesa de los siglos XVI al XIX se basaba en la piratería, incluso en este último siglo, en la venta de droga, de heroína a los chinos. En España, el equivalente de robo ha sido, desde el Duque de Lerma, el pelotazo inmobiliario.
Son estas últimas actividades el equivalente del robo descarado, y claro, el robo no tiene cabida en la teoría económica.
Estamos así en una inconsistencia mental: Por un lado, la razón nos dice, y la teoría económica lo sustenta, que para que aumente la riqueza general e individual, debemos conservar y mejorar lo que tenemos: Las personas y los recursos.
Por otro lado, la cultura tribal, que utiliza poco la razón, y mucho más la emoción, el que uno coja en todo momento todo lo que pueda, aunque agote lo que le rodea (en esa cultura, el sistema es esencialmente nómada) compite con la razón una y otra vez.
Hubo una época en la historia de la humanidad en la cual solo había acciones tribales. Poco a poco, sobre todo a partir de la Grecia clásica, la razón fue avanzando.
Pero muy poco a poco.
Comparado con el éxito de la razón, la eficiencia de la acción tribal, o su equivalente, el fanatismo, ha sido nula. Sin irnos muy lejos, tenemos los ejemplos de Hitler, que promovía la tribu germánica y rechazaba la ciencia, Stalin, y el desastre económico ruso, y hoy el ISIS/DAESH, y su inmenso fracaso. Como fracasará el Brexit, el Trumpismo y la idea de la tribu catalana. No por nada, sino porque el robo, como se veía en las expediciones vikingas, deja de rendir al poco tiempo: No reproduce la riqueza, la agota.
Es un problema de visión, es incluso un problema de género. Una mujer sabe que el hijo nacerá ¡dentro de nueve meses! Sabe, porque la agricultura fue primero una actividad femenina, que el trigo tarda 7 meses en granar. La mujer, y luego el agricultor, conservan lo que les rodea.
El cazador/recolector coge lo que encuentra, destroza lo que puede, y se muda a otro cazadero. En Ur, el agricultor conservaba, el bandido robaba.
El ser humano echa de menos la tribu. Son decenas de miles de años de vida tribal, frente a no llega 1500 años de avance lento de la razón.
Los que ignoran lo que rinde la razón se refugian en la idea del rebaño, en la protección, en el círculo que hacen los búfalos de África ante los predadores.
El fanatismo es el rechazo de la razón para formar el círculo de la tribu frente a “los demás”.
¿Tiene solución esta dicotomía?
La tiene, y pasa por la educación, el mostrar de todas las maneras posibles las ventajas de la razón, de la ciencia, frente a los desastres de los esquemas tribales, en mostrar sus fracasos siempre que han llegado a ser predominantes.
La educación es muy defectuosa, aunque obligatoria para todos durante muchos años de la vida. Si no lo fuera, no habría necesidad de enseñar la realidad a los adultos: Todos la conocerían. Son las personas que desconocen la historia de sus países, su literatura, aquellos que desconocen los logros de la ciencia, de la razón, los que creen que sin un enorme esfuerzo de racionalidad se mantiene la cultura de la civilización, creen que esta es automática, esos son los que causan los problemas actuales.
Son los que desconocen cómo avanzamos hacia una catástrofe climática y ecológica, los que se resisten a poner en marcha las medidas adecuadas, que como plus aumentarían la riqueza de cada ciudadano. Son los americanos que desconocen que lo que desean hoy era solo posible ayer, cuando las grandes praderas y el Oeste eran todavía vírgenes, y muchos otros países, por ejemplo, China, habían alcanzado el nadir de su evolución histórica. Son los ingleses que desconocen en qué se basaba su riqueza, son los catalanes que desconocen la realidad de su historia.
Son, esencialmente, los que tienen miedo y se refugian en la protección de la tribu, dificultando, queriendo impedir el desarrollo de la razón, de la ciencia, el arte, las humanidades, que son lo que nos ha traído hasta este avance inconcebible de riqueza y civilización.