La ciencia siempre ha funcionado con marketing. Galileo publicitaba sus descubrimientos en la corte de los Medici. Pope escribió una elegía desmesurada de Newton. La publicación en los periódicos ingleses de la desviación de la luz medida por Eddington en un eclipse de sol lanzó a la fama a Einstein.
Me acaba de aparecer en el móvil una elegía de un artículo publicado por tres autores rusos en Nature. Esta elegía se titula “Físicos han invertido el tiempo en la escala más pequeña usando una computadora cuántica”.
Ahora, cuando uno busca el artículo original, y lo estudia, lo que aparece es que, con un error de un 30%, estos tres físicos han conseguido que un estado original de un sistema de tres electrones acoplados, que se han dejado evolucionar mediante un pequeño campo eléctrico, se reproduzca al cabo de tiempo, de un tiempo que ha corrido solo hacia adelante.
Es como si dijésemos que hemos conseguido que un coche que se movía de Madrid a Zaragoza, haya vuelto a Madrid, y se haya quedado parado en la misma posición de salida con velocidad igual a cero.
Y mientras el coche volvía, el resto de las cosas, coches, personas, ríos, rocas, se movían en una única dirección: El coche no ha vuelto atrás “en el tiempo”: Ha vuelto atrás mientras el tiempo ha seguido su camino hacia adelante.
Mientras el tiempo seguía hacia adelante, los qubits (combinaciones de spines de unos electrones concretos dentro del ordenador cuántico de IBM, el cual no se sabe cómo funciona) evolucionaban de una situación original (caracterizada por una cierta función de probabilidad) a otra y luego volvían a la primera, como digo, con un error del 30%.
Si esto es evolucionar hacia atrás en el tiempo, a las doce del mediodía es noche cerrada.
La vuelta a la situación inicial es lo que hace cualquier sistema mecánico o electrónico, cuando se lo deja en la situación en la que estaba algún tiempo anterior.
Estamos, como en muchos otros casos hoy, en un problema de lingüística. En Cuba, Venezuela, en Corea del Norte, hay familias gobernantes que ejercen un control estalinista desde hace décadas, pero cuando hablan siempre dicen que están defendiendo una “revolución” en nombre del “pueblo”.
Para el buen marketing es indispensable una fraseología adecuada: Las casas son siempre maravillosas, si se compran, uno tendrá decenas de amigos de calidad y vivirá en la gloria del cielo. ¡Hasta los Chupa-Chups y los chicles darán una felicidad inabordable a quien los chupetee!
El Brexit va a hacer rica a toda Inglaterra, y con él las enfermedades se curarán en un día. Eligiendo a Trump los campesinos del Oeste Medio vivirán como los ricos de Nueva York.
Y lo asombroso es que la palabra gana a la realidad.
¿Cómo puede ser esto?
La nueva casa es buena, pero de los vecinos los hay gruñones, ruidosos y misóginos. Los Chupa-Chups son la misma azúcar con substancias químicas que le dan cierto sabor como a cualquier otro caramelo, los detergentes limpian todos igual, y las empresas de telefonía ofrecen todas los mismos servicios al mismo precio.
La lengua, el habla, la palabra, es como el olfato en las hormigas y en los perros: La aceptamos sin cuestionarla. La hemos desarrollado como herramienta de supervivencia, lo mismo que las hormigas y los perros han desarrollado la capacidad de oler. Una hormiga, un perro, seguirán un rastro falso sin pararse a mirar a su alrededor para ver si les lleva, por ejemplo, a un precipicio.
Hemos desarrollado la palabra como una herramienta de supervivencia, y no la cuestionamos como no cuestiona una hormiga su olfato.
El ser humano ha desarrollado la capacidad de crítica. El científico se ha debido educar en cuestionar todo lo que lee, todo lo que estudia, todo lo que hace.
Pero parece que se desprecia esa capacidad, que se trabaja en ciencia como si en literatura se hiciera. El artículo que he mencionado cita otros 35, como aval científico.
Un célebre artículo de Einstein, con Podolsky y Rosen, sobre la corrección de la Mecánica Cuántica, no tiene ninguna cita. Su corrección, o su error, está en él mismo, no en lo que escriban otros.
Aunque el artículo que comento no se refiere realmente al viaje hacia atrás en el tiempo, su título: “La flecha del tiempo y su inversión …” llama la atención lingüísticamente, y despierta sueños humanos:
Si pudiésemos volver atrás, no haríamos quizás lo que hicimos y nos llevó a la bancarrota, una situación, por ejemplo, haber estudiado o no hacerlo, …, que solo conocemos a posteriori.
La ciencia es bella, es muy bella, pues trata de descubrir la realidad, la verdad.
Está degenerando porque se la considera una más de las actividades humanas, igual por ejemplo, a las curaciones mediante “pases magnéticos”, y algo que hay que vender, en pie de igualdad con el resto de aquellas. Es algo similar a la idea de que todos los alumnos tienen que aprobar, porque todos son iguales.
Deriva esto, evidentemente, de una perversión de la idea de “democracia”, el gobierno o poder del pueblo. Siendo esto correcto, la democracia se refiere al poder, no a la capacidad intelectual de cada persona o grupo social.
Claro, una vez que se pervierte el significado de la palabra, todo es posible. Así, en esa nueva “democracia”, todos deben poder entender las ecuaciones de la Electrodinámica Cuántica, y si no es así, cualquier cosa que se le ocurra a cualquier persona debe considerarse con el mismo valor científico que aquella.
Volviendo al artículo que comento, no hay una inversión de la flecha del tiempo, y por desgracia, los ordenadores cuánticos, en los que está basado, son de momento, una entelequia.
Eso sí, una entelequia que vende muy bien.