Hoy he estado hablando con un profesor de Farmacia sobre los impactos del cambio climático sobre la salud humana.
Lo podemos entender de manera sencilla: todos los seres vivos lo somos porque cada célula de nuestros cuerpos está forzada a duplicarse: Eso es el software, la “app” del ADN, una cadena de azúcares que codifica su propia duplicación.
Para duplicarse necesita energía, y energía de ciertos tipos concretos. Por ejemplo, los virus que entran en nuestros cuerpos lo hacen para conseguir una energía ya procesada y fácil de adquirir. Nuestros cuerpos se resisten y diseñan destructores de virus. Pero estos mutan muy deprisa mientras que nosotros lo hacemos muy despacio. Son acciones masivas frente a defensas muy específicas. La competición dura millones de años, y de momento el resultado son tablas.
Hemos podido controlar algunos virus (el que les da nombre, el de la viruela), parece que vamos a controlar la hepatitis, pero la vida sigue mutando y tendremos otros desafíos en cada momento del futuro de la especie humana.
Uno de estos desafíos lo presenta el cambio climático. Sobrevivimos muy bien en el clima al que nos hemos adaptado, el del antropoceno, y hemos prosperado de manera exponencial en este periodo interglacial: Hemos podido poner barreras a los que quieren nuestra energía al haber cambiado nuestras defensas de acuerdo con los atacantes.
Pero estos tienen unas propiedades adecuadas a ciertos climas. Los europeos tuvieron que importar esclavos africanos a las plantaciones de azúcar, tabaco y algodón tropicales, y a las minas de Bolivia, porque los trabajadores “blancos” morían como chinches en los marjales de las islas caribeñas.
El cambio climático es como llamamos a los cambios de temperatura y humedad de las zonas del planeta. Unas formas de vida que mantenemos a raya en nuestros cuerpos, gracias a una adaptación de miles de años, están mutando muy deprisa hacia otras formas de vida, contra las cuales nuestras defensas se desarrollan muy despacio.
Un ejemplo que no son virus ni bacterias: Hace unos 10 o 12 años se produjo una plaga de topillos de campo en Castilla la Vieja. La razón era evidente: en aquel año las temperaturas invernales habían sido muy altas y la reproducción de esas especies empezó en enero, en vez de hacerlo en marzo. Puesto que estos animales crecen de manera exponencial, dos generaciones adicionales suponen millones de individuos en el verano. Si, además, porque se comen las gallinas, las gentes de los campos matan a las alimañas, los roedores crecen casi sin límite: Una plaga.
Esto mismo ocurre con los hongos, con los mosquitos, con las moscas negras, las avispas asesinas, etc., etc. Y, claro está, con nuevos virus y bacterias adaptados a climas ni más cálidos ni más fríos: A climas cambiantes, a inviernos cortos, a veranos largos, a más lluvia, por ejemplo, en los Andes, a más sequía, por ejemplo, en España.
Y tenemos la tecnología en la mano, y no es cara hoy, para frenar ese cambio climático.
Un ejemplo lo he puesto en la sección: Inicio. Es un reportaje sobre energías de “la 2”.