El bien y el mal, el medio ambiente y el individuo

Desde que la humanidad comenzó a dejar registro de los pensamientos de sus miembros, en las tablillas de Sumer y Ur, en los pictogramas de Egipto, en los caracteres chinos, el problema del bien y el mal ha sido, quizás, el tema al que constantemente han vuelto todos los pensadores, el problema al que se han enfrentado todos los individuos.

 

Hoy, como hace seis mil años, rodea nuestras vidas y nos persigue a todas horas en todos los medios de comunicación.

 

Las gentes de Mesopotamia, y derivando de ellas, las de Judea, escribieron escenas en las cuales un ser humano actúa como tal, y es castigado por algunos de los dioses de aquellos panteones. En las mentes griegas fue la tinaja que abrió Pandora.

 

El mal deriva de la capacidad de elección: Coger o no la manzana, abrir o no la tinaja.  Vivo en sociedad. Existe la prohibición de coger la manzana, el consejo de no abrir la tinaja. El bien es aceptar la orden, seguir el consejo. El mal, actuar para uno mismo sin pensar en los demás.

 

Pero en realidad no hacen falta órdenes ni recomendaciones: Basta con echar un par de horas en el Zoo, en el recinto de los monos de sabana, de mandriles y papiones, para entender ese conflicto, el problema del bien y el mal.

 

Comienza el conflicto con los bebés monos. Sus madres necesitan protegerlos, para tratar de que sobrevivan hasta la edad reproductora. ¿Qué otro sentido tiene si no la vida? Pero los recursos son escasos (solo el ser humano sabe hacerlos abundantes, al menos durante cortos periodos de tiempo) y otros monos de su entorno quieren matar al bebé para comérselo, o al menos para eliminar un competidor por esos recursos.

 

El mal aparece en la visión micro, en la cual la máquina de la vida, los genes, buscan constantemente reproducirse en cada división celular y necesitan para ello energía.

 

El bien aparece en la visión macro en la cual, no solo los genes individuales, sino el conjunto de todos ellos, el individuo, busca reproducir su individualidad.

 

La reproducción sexual avanzó en el conjunto de los seres vivos como mecanismo de protección frente a mutaciones letales. Pero esa reproducción, en la que se mezclan genes diferentes, tiene que competir con la reproducción celular dentro de cada individuo donde sencillamente se duplican los genes, sin mezclase con otros. Cada uno de nosotros somos buenos y malos, y lo que cambia de unos a otros son la proporciones, que cambian también a lo largo del tiempo.

 

Un virus mata al individuo macro al que ataca. Una vez muerto este, la máquina vírica deja de reproducirse, y vuelve a enquistarse. Microscópicamente el virus ha tenido éxito. Macroscópicamente, no: tras unos ciclos de reproducción, deja de hacerlo al haber matado al huésped que lo alojaba.

 

Los ataques bacterianos pueden acabar con los individuos atacados y al hacerlo, acabar con esas mismas bacterias. Las bacterias que no atacan, las escherichia colli, por ejemplo, se reproducen con el ser vivo en el que habitan.

 

Con el medio ambiente tenemos el mismo problema: A nivel micro, cada ser vivo individual acabaría con él como acaban las bacterias con el caldo de cultivo en un plato Petri, y mueren ellas, entonces.

 

Solo a nivel macro, cuando los seres vivos forman una red entrelazada, cada elemento de la red trabaja para cado otro, y el resultado es un sistema inmensamente más rico que el caso contrario en el cual algunos elementos destrozan la red (el medio ambiente) para un beneficio individual como el de las bacterias en el plato Petri.

 

La regulación del destrozo de los recursos compartidos ha ocurrido en la historia de la vida mediante unos elementos de la red denominados predadores. Cuando estos desaparecen, las especies predadas quedan sin control y, destrozando el medio ambiente, se destrozan a sí mismas.

 

Unos elementos japoneses deciden reproducirse individualmente y matan ballenas hasta que estas desaparecen, y ellos consecuentemente. Unos elementos de la sociedad deciden quemar los bosques de la Amazonía, y al hacerlo eliminan los nutrientes del substrato, y dejan de obtener beneficios.

 

En el cuerpo animal, en el árbol, en el bosque, en el ecosistema, hay señales de coordinación que demuestran a cada célula, a cada órgano, que solo puede vivir si vive con los demás.

 

En el siglo XX, y aún más en el XXI, esas señales han ido desapareciendo en la sociedad humana. La vida en las ciudades ha hecho creer a una mayoría de seres humanos que pueden sobrevivir sin lo que rodea a esas ciudades. En forma de chiste, que la leche sale del grifo, y la cerveza del aire.

 

El medio ambiente, la biodiversidad, los campos no desertizados, no es que sean importantes, es que son esenciales para la vida, sobre todo para la vida en las ciudades.

 

La célula individual de la sociedad, la persona, quiere sobrevivir, aumentar su cuota de energía disponible. Como las bacterias sin predadores, come, captura energía hasta eliminar ésta, y entonces muere de inanición.

 

La crisis de 2007, la lentísima recuperación aún no completada en estos últimos 10 años, y las crisis que se pronostican de aquí a poco tiempo tienen, todas, la misma causa: La reducción en la disponibilidad de energía de cada persona (es decir el mantenimiento o encarecimiento constante del precio de la energía) no permite mantener una idea de vida denominada la “sociedad del bienestar”.

 

Hay un engaño tremendo, en los análisis al uso, del papel de la energía en la sociedad. En cualquier cuadro de PIB (Producto Interior Bruto) la energía (del petróleo, gas, carbón, y la eléctrica) aparece como un 5% de ese PIB.

 

Si se miran esos cuadros, lo que aparece con importancia son los servicios y la industria. Pero ¿cómo puede un funcionario proporcionar sus servicios? Necesita el local donde trabaja, la electricidad que utiliza, el ordenador de que dispone, la mesa a la que se sienta, las redes de comunicaciones, … . Todo eso es energía incorporada. La comida que lo mantiene vivo, los hospitales que hacen lo mismo, los transportes que utiliza, las diversiones de que disfruta, todo eso no es otra cosa que energía disponible.

 

Y no hay ya hoy más energía para mantener unas necesidades crecientes. Ni con las reservas de Arabia ni de Venezuela, ni con las arenas con asfalto de Canadá, ni con el petróleo embebido en las pizarras del Middle West de los EEUU (http://www.sobreestoyaquello.com/2018/12/fracking-miente-que-algo-queda.html)tenemos la energía que necesitamos para mantener el sistema de pensiones en España, o el acceso de África, de 800 millones de chinos, de 1000 millones de indios a la “Sociedad del Bienestar”.

 

Es preciso, es obligatorio, rediseñar esa “Sociedad del Bienestar”. Por ninguna otra razón más que porque ya no hay energía suficiente para mantenerla.

 

Es necesario dejar a las personas que se retiren cuando quieran, mientras sigan produciendo. Es necesario reducir la disipación gigantesca de energía que representan las estructuras de las ciudades, de los edificios, de los sistemas de transporte.

 

Es preciso capturar la energía del sol. Pero, aun siendo mucha, esta energía no es la acumulada en el petróleo, en el gas. Llega todos los días, y podemos utilizar la que llega, pero lo podemos hacer mucho más lentamente que la que cogíamos de los almacenes en donde había quedado guardada hace 300 millones de años.

 

Hemos estado quemando los billetes del capital del abuelo, sin molestarnos en reponerlos.

 

Es preciso que los seres humanos nos volvamos a dar cuenta de que somos finitos y pequeños, y que, para seguir viviendo bien, tenemos que optimizar al máximo no solo la captura de energía, sino su utilización.

 

La “Sociedad del Bienestar” es un privilegio. Las personas prefieren morir de hambre antes que perder sus privilegios.

 

Es una ley de la naturaleza que es más fácil bajar que subir. Acceder al privilegio es fácil. Perderlo voluntariamente, casi imposible.

 

Veremos, sobre todo verán nuestros hijos, cómo se resuelve ese problema. En la historia la pérdida de los privilegios ha sido siempre cruenta. Es posible que hoy, conociendo que la maldad es actuar para uno solo, y el bien actuar para todos, sea posible perder esos privilegios sin demasiada crueldad.

 

¡Veremos!

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