¿Es incomprensible la teoría económica?

Estoy leyendo un libro sobre sistemas complejos, “The Science of Complex Systems in Business, Life and Society”, de John H. Miller, del prestigioso Instituto de Santa Fe, en Nuevo México. Uno de los primeros capítulos lo dedica a las finanzas.

 

Confieso que entiendo poco de éstas, y teniendo en cuenta que entiendo algo de muchas cosas, me pregunto por qué de esta dificultad mía. Y reflexionando pienso que el problema es que cuando leo de ellas me faltan definiciones y realidades.

 

En ese libro se habla de “vendedores” que obtienen beneficios, y de “compradores” que también lo hacen y que en el “equilibrio competitivo” todos acaban obteniendo un beneficio neto.

 

Y aquí me paro. ¿De donde sale ese beneficio neto? No hay explicación. ¿Qué es ese beneficio neto? No hay explicación.

 

Esos vendedores y compradores viven en un universo extraño. Solo existen ellos, pero sin embargo obtienen beneficios. ¿De la nada? Porque los beneficios son la diferencia entre lo que cuesta producir algo que se va a vender y lo que se obtiene de la venta, y en ese ejemplo no hay la menor indicación de lo que ha costado producir lo que se ha vendido.

 

El problema es más grave. En el mundo real, es muy posible que el “comprador” haya sido parte del coste del “vendedor”. Y que probablemente el vendedor haya pagado al comprador parte del dinero que este va a devolver comprando lo que el vendedor vende. De hecho, es así, puesto que la economía no funciona en el vacío. La economía, que se dice ahora “global” ha sido siempre global, pues ni ganancias ni beneficios salen de la nada, sino que son parte de un flujo casi cerrado, solo abierto en dos extremos: El origen de la riqueza y su disipación. El resto son ciclos, ruedas interconectadas que van rellenando el camino total entre esos dos extremos.

 

La única fuente de riqueza es la energía solar, que antes se sacaba exclusivamente de forma directa e inmediata del sol mediante la fotosíntesis de las plantas, y en los dos últimos siglos de la energía solar fósil almacenada en el carbón, el petróleo y el gas natural.

 

Y esa riqueza acaba disipándose, directamente, cuando la quemamos en nuestro metabolismo, o en el de los coches, cuando la enterramos en un edificio que termina cayéndose, en ropas que acaban en la basura, en cerámicas y vidrios rotos, en fin, en la destrucción.

 

En esta economía global una persona, como Amancio Ortega, por ejemplo, puede hacerse muy rica, temporalmente. ¿Cuánto dura esa riqueza? Con suerte cuatro o cinco generaciones. La empresa más duradera que existe hoy es DuPont, y no tiene más de 200 años; y es la única. El resto crecen y desaparecen en pocas décadas. Sus “costes” son beneficios de otros, sus “beneficios”, costes para los demás y el resultado neto, sin inyección de energía desde fuera del sistema, desde el Sol, nulo, o más bien, negativo.

 

Es, pues, necesario cambiar el razonamiento. En los argumentos sobre equilibrios competitivos, sobre ganancias y pérdidas, sobre PIBs, etc. es preciso introducir la realidad, cuánta riqueza real se genera en cada intercambio comercial, financiero. Probablemente se vea que la generación es negativa, que lo que producen los intercambios son pérdidas de riqueza real.

 

Si es así, como así parece, necesitamos urgentemente otra teoría diferente de la que deriva de Adam Smith, que se limita a “lo que hay”, sin considerar de dónde viene y hacia dónde va.

 

Necesitamos, ya, tras doscientos años de estática, una dinámica de la riqueza, una mecánica de flujos y no un análisis de equilibrios.

 

Es tremendo que, incluso un muy buen científico, del Instituto Santa Fe, preocupado por los sistemas complejos y en 2015, siga pensando en estática tras 200 años de desarrollo de la disciplina.

 

Lo mismo ocurre en mi disciplina, en la física, o al menos en una parte de la misma. Estoy leyendo otro libro sobre el concepto de “tiempo” (del reloj, no atmosférico). Y no hay análisis coherentes del mismo. En la mayoría de los textos se introduce el tiempo como una variable de la teoría, sin especificar lo que pueda ser. Incluso hay un científico, William G. Unruh que afirma que de hecho la gravitación es el tiempo.
No está mal, pero sustituye una cosa por otra, para la cual no ofrece definición.

 

El tiempo exige dinámica, movimiento, flujo. El tiempo fluye, evidentemente, mientras que el espacio tiene un aspecto esencialmente estático. El tiempo exige cambio, en la posición de un objeto (y por tanto algún tipo de memoria) o en la concentración de alguna substancia química. Solo hay tiempo si hay secuencia, y si desaparece el cambio (una corriente eléctrica en un superconductor a temperatura de -272ºC, por ejemplo) desaparece el tiempo.

 

Es evidente que el tiempo depende de la masa de los objetos que se mueven, o de los objetos cerca de los cuales otros se mueven, puesto que el espacio cerca de las masas es distinto del espacio muy lejos de ellas, y por lo tanto también lo es el movimiento.

 

Pero no podemos sustituir las masas por el tiempo, pues la definición del mismo no tiene que ver con ellas.

 

Deriva todo esto de ignorar lo que significa una ecuación. Estas son iconos, expresiones gráficas que indican relaciones entre cosas distintas, y por lo tanto esos entes no pueden ser considerados como iguales. De hacerlo así, perdería la ecuación todo su significado.

 

La segunda ley de Newton (de la cual el resto de la física no es más que un comentario) dice que una fuerza, sobre un cuerpo, le produce una aceleración, y que el coeficiente que da la aceleración es una propiedad del cuerpo que denominamos “masa”. Pero la aceleración no es la fuerza, ni lo es la masa, y la fuerza no es la aceleración.

 

Si así fuera, la ley de Newton sería una tontería, una perogrullada, algo carente de interés. Su importancia se basa en que indica cómo responden los cuerpos a la presencia de otros, como es la interacción entre cuerpos, y la fuerza no es la masa por la aceleración, sino algo que produce aceleración en los cuerpos.

 

Una ecuación, en la física, indica la respuesta de un sistema ante la interacción con otro, y no una mera igualdad.

 

Es necesario ser inmensamente preciso en lo que se piensa, se escribe, se dice.

 

La alternativa es el error.

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