Se escribe periódicamente sobre el “fracaso” de la universidad española actual (digamos, de las 82 universidades españolas). Se habla de endogamia, de la ANECA y sus ignotos criterios, de otras posibles causas.
Pero si fracasa lo hace por no saber cuál es su objetivo, su fin.
En cualquier empresa humana, si no se sabe donde se quiere llegar, no se hace más que dar vueltas.
¿Qué es la universidad, cuál es el fin de la universidad?
La universidad es una institución formada por docentes, discentes y aquellos que guardan el conocimiento, con el fin de desarrollar, comunicar y guardar éste.
Si los discentes, los alumnos, una vez que lo adquieren, en sus distintas ramas, son capaces de sacar rendimiento del mismo, es un problema suyo, no de la universidad.
Es lo mismo que la insistencia de los gestores sociales en la “felicidad” de los jóvenes. Ésta es algo de la que solo son responsables ellos, la responsabilidad no es ni de los padres, ni de los amigos, ni de la sociedad.
Claro, si docentes y discentes asumen el objetivo de formar y formarse para el empleo, la universidad fracasa, porque no es ese su objetivo y, entre otras cosas, porque el empleo que existe cuando un estudiante sale de la universidad no es el mismo que había cuando entró en ella y ha sido preparado y se ha preparado para algo que ya no es.
Si, sin embargo, los profesores y alumnos enseñan y aprenden a aprender, a utilizar cualquier conocimiento para sacar conclusiones válidas y verdaderas, se cumple el objetivo de la universidad, y los egresados alcanzan los empleos que existan en el momento de sus graduaciones o postgrados.
Al olvidar sus objetivos, se invalida su funcionamiento. Muchos alumnos entran sin los conocimientos necesarios para entender lo que se les enseña, y no quieren aprender, quieren que se les dé un barniz que no implique que deban volver al bachillerato, y de alguna manera navegar sin esfuerzo para salir al mundo sin conocimientos pero con un certificado.
Y como cualquier otra empresa humana, la tensión entre el objetivo verdadero de crear, impartir y conservar el conocimiento, y la presión, incluso la presión corporativa de sacar, sacar, sacar graduados ignorantes, genera ese fracaso del que se habla, ese número repetido de leyes educativas, que ignoran lo que es la universidad, y el bachillerato que a ella lleva.
Hay quien olvida que el objetivo es triple. En las últimas semanas se han publicado artículos en los medios de comunicación escandalizándose de que investigadores con muchas publicaciones no tienen una puntuación alta por la ANECA. (Pero ¿son estas muchas publicaciones realmente distintas entre sí?¿Aportan algo nuevo? Porque publicar algo valioso exige un trabajo largo de reflexión y en su caso, experimentación, y esto no se puede hacer en 5 o más publicaciones por año).
Más aún ¿son estos investigadores capaces de transmitir sus conocimientos a alumnos con formación bastante deficiente? Es esto algo que esos “maravillosos” investigadores deben demostrar, pues generar conocimiento sin transmitirlo se debe hacer en institutos exclusivamente de investigación, la universidad exige la transmisión del conocimiento y su conservación.
Se habla del problema de la “endogamia” (las empresas privadas promueven a sus propios empleados, serían todas casos de endogamia). Pero la exogamia, el cambio de una universidad a otra, solo es posible si ese cambio se realiza por todo un equipo de investigación y docencia. No tiene el menor sentido que una persona forme un equipo durante 10 años, para tener que destrozarlo en orden a que no haya “endogamia”. No es peor una universidad que retiene a los miembros de un equipo exitoso. Si no es exitoso, tampoco mejorarán otras universidades que reciban a ese personal al desintegrarse el equipo.
Y en cuanto a la movilidad de los profesores jóvenes, existe en toda la universidad española, donde prosperan los que demuestran su valía. No hay la menor prueba de que los que están fuera del profesorado sean mejores que los que están dentro.
Otra de las causas del “fracaso” es el ansia de superpoblar las aulas, para conseguir algo más de dinero de matrículas, pagadas a escote por las familias de los alumnos y las Comunidades Autónomas. Si de verdad se precisa ese dinero, se puede reducir el número de alumnos aumentando el precio de las matrículas. Si esto se considera asocial, las Comunidades Autónomas pueden financiar a los estudiantes (en número reducido) que lo precisen, pero hacerlo como en los Países Bajos: Los estudiantes reciben una cantidad que cubre los gastos de sus estudios, pero tienen que devolverla si no pasan de curso. Esto tiene dos efectos saludables: Solo se matriculan los que de verdad quieren un grado universitario, y la amenaza de devolución les fuerza a trabajar duro.
Porque como todo profesor sabe, aprobar es cosa de codos, de esfuerzo diario. Tras 44 años de docente todavía tengo que encontrar a algún alumno que no apruebe si dedica todos los días del curso al menos 3 horas a estudiar. Otra cosa son los sobresalientes, las matrículas de honor. Pero aprobar, se aprueba con el esfuerzo diario.
Ahora, si todo el que quiera puede ocupar un banco en un aula, y puede suspender sin parar, sin que nadie le exija responsabilidad, ¿Cómo no va a haber “fracaso” universitario?
Finalmente, se habla bastante del “horror” de las clases magistrales, sugiriendo, quienes no han estado o están en las aulas, trabajos participativos. En esos 44 años he probado de todo. Los alumnos no responden a ese tipo de enseñanza: No realizan los trabajos encomendados, no se apuntan a grupos participativos, no entregan los ejercicios pedidos.
Cuando comenzó el sistema de “Grado” todos aceptamos la idea de que una parte de la nota sería por los trabajos entregados semanalmente.
Al final, poco a poco, toda la universidad vuelve al sistema de exámenes parciales y finales, ante la desidia de los alumnos para mostrar los resultados de sus esfuerzos fuera del aula, o a participar en equipos de trabajo.
La universidad española no es mucho peor que la de otros países. Pero es manifiestamente mejorable.
Si alguien lee este ensayo, se podrá fijar que no he hablado de dinero. Los grandes descubrimientos en la ciencia, y en el resto de las disciplinas, se han hecho sin gasto de grandes cantidades de dinero. Lo básico es la capacidad de pensar, de razonar. Se puede enseñar a estudiantes que quieren aprender, con una pizarra y unas tizas.
Lo que se necesita, realmente, es que los profesores se sientan apoyados, no vigilados, criticados, por los gestores sociales, y que los alumnos quieran aprender.
Lo demás es marear la perdiz.