¿Que es la Universidad?

La universidad es un conjunto de personas que, reunidas, se dedican a la búsqueda del conocimiento, y una vez alcanzado este, a su enseñanza a otras personas jóvenes (en edad y de espíritu) que quieren acceder al mismo.

Estamos rodeados por la naturaleza, y una parte de ella que somos nosotros, los seres humanos. Y aunque vemos lo que nos envuelve, conocemos aún poco de ello, a pesar de estar en 2020. Tres ejemplos:

  • Aún somos incapaces de entender las olas del mar y el movimiento del aire sobre la superficie de la Tierra.

2)   No entendemos nuestra respuesta humana (o la de otros animales y plantas) a los ataques víricos.

3)   No sabemos realmente cómo pensaban nuestros antepasados: Del Nuevo Testamento solo tenemos

información de 200 años después de los hechos que cuenta, y tenemos idea de que el Antiguo se escribió

hacia el año 400 a.C. ¿Existió Homero? ¿Quién escribió la Iliada?

 

¿Podemos vivir sin conocimiento?

 

Como robots, sí, pero no como personas. La búsqueda del conocimiento no tiene como razón de ser encontrar trabajo, o producir bienes y servicios.

 

Es algo esencialmente, esencialmente, humano. Que además sirva para otras cosas está bien, pero no es su misión. Por lo tanto cualquier argumento sobre la universidad que mencione “colocación”, “productividad”, etc. es espúreo.

 

Siendo esto así, ¿Debe financiar la sociedad esa búsqueda, transmisión y almacenamiento del conocimiento?

 

La respuesta es evidente. Al ser una parte de la acción humana, debe hacerlo, sin preocuparse mucho de rendimientos inmediatos. No hay relación directa entre el estudio y la prosperidad, pero esa relación, implícita, es evidente: Las sociedades que potencian el estudio, avanzan. Las que lo rechazan, se mantienen a niveles, digamos, antropoideos.

 

La razón evidente de que la sociedad no puede exigir resultados concretos de conocimiento como rendimiento de su inversión es la siguiente: Si un gestor social dice a un estudioso: Le doy 100.000 euros y quiero que me descubra la Ley de la Gravedad, está tirando el dinero, pues ya conoce la Ley de la Gravedad. Ahora, si ese gestor social (la iglesia anglicana, es decir, la sociedad inglesa, que era la que pagaba a la iglesia, que financiaba a la Universidad de Cambridge) paga el salario de Newton, sin exigir nada, por bastante poco dinero obtiene buena parte de las leyes de la física.

 

Frente a las ideas de que las personas prefieren no trabajar y cobrar, la realidad es que la gran mayoría de personas trabajan tanto por el salario como por el interés del trabajo. Sí, incluso en las minas de carbón de Asturias, los mineros querían seguir con esos trabajos inmensamente difíciles, aunque se les ofrecía el mismo salario por dejar la mina. (Es claro que siempre hay excepciones, como siempre hay ladrones y asesinos en todas las sociedades, pero esto es algo que no se puede cambiar; es como las mutaciones en la reproducción celular, lo que llamamos cáncer).

 

Por ello, todo el debate sobre la universidad falla en su origen (como el debate sobre el Brexit, o sobre por qué muchos americanos han votado a Trump: En la sociedad no prima el interés económico, que es uno más entre otros muchos intereses).

 

Entonces, ¿hay problemas hoy en la universidad?

 

Evidentemente, como en todos los tiempos, y en todas las instituciones.  Derivan de una confusión entre el símbolo y la realidad. A principios del siglo XX los ricos, en España, empezaron a cenar a las 10 de la noche, o más tarde, como símbolo de que que podían levantarse a media mañana, ya que no necesitaban trabajar. El resto de la población comenzó a desplazar su hora de cena hacia las 10 de la noche, para parecerse a los ricos. Hoy hay locos de la carretera que quieren imitar a los pilotos de las Fórmulas de coches, sin serlo.

 

Muchas personas, durante los años de la postguerra en España (y si a eso vamos, en el resto del mundo) observaban a gente que prosperaba en distintas profesiones: Médicos, algunos abogados, economistas, ingenieros …, y forzaron, en cuanto se abrió la veda (en España, tras la muerte de Franco) a los gestores sociales a aumentar, casi sin límite, el número de universidades, y a demandar que cambiasen su objetivo hacia uno de tipo agencia de colocación.

 

Puesto que los gestores sociales raras veces son universitarios, no tienen claro lo que es la universidad y bajo aquella presión intentaron convertirla en un sistema de producción de profesionales con un conocimiento superficial de sus profesiones. Superficial, porque con una afluencia masiva a las aulas, la transmisión de conocimiento, que solo puede realizarse mediante el trabajo estrecho, personal y continuado del alumno con el profesor, se reemplaza por unas instrucciones impersonales, de escaso rendimiento.

 

A pesar de ello, la sociedad no está descontenta, pues, como ocurre con el trabajo femenino, la situación social, aunque no óptima, es mejor que la anterior.

 

Pero esos gestores sociales, a pesar de no ser universitarios, en vez de asumir que la sociedad paga contenta por un resultado inespecífico, como con la sanidad, detectan un inconsistencia entre el objetivo de la universidad, el conocimiento, y la realidad actual de producción de semi-profesionales. Y se hacen reformas tras reformas que fracasan pues no afrontan el problema real.

 

Solo hay solución si se reconoce este problema real: Un país de 47 millones de habitantes no puede tener 47 millones de médicos (exagerando para resaltar el conflicto).  En cualquier empresa solo puede haber un jefe y un pequeño número de subjefes. Y esto por definición.

 

La única solución real para la universidad, como para muchos problemas de las sociedades es romper los esquemas y volver a los originales.

 

En Francia, entre 1750 y 1789, los aristócratas, que vendían su arrojo, su valor personal en las guerras, habían dejado de tener utilidad, puesto que, o no había guerras, o estas se hacían desde lejos, con cañones. La utilidad social la habían adquirido abogados y financieros, que sin embargo no estaban representados en las estructuras de poder: La sociedad estalló, y la desaparición de la aristocracia se convirtió en permanente.

 

Hoy es difícil decir a las personas, por ejemplo, en España, que no es necesario que sus hijos realicen una carrera universitaria. Mientras no se reconozca que en cualquier sociedad sociedad el número de universitarios no tiene sentido que sea muy grande, la universidad seguirá en crisis, como estaba en crisis la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII.

 

La crisis es de consistencia: Una universidad para todos no es universidad. Y una universidad para pocos es algo que la sociedad no quiere.

 

El conflicto está servido y será permanente durante largo tiempo.

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