Tras las dos catástrofes mundiales y la multitud de catástrofes locales del siglo XX, que representaron la resistencia feroz del pensamiento tribal a una posible realidad global, se intentó, no solo en Europa, el avance de este sistema cooperativo: La globalización.
Puesto que ese esquema suponía ir contra corriente, se intentó (Schumman, y los creadores del germen de la UE) endulzarlo con la promesa de una vida mejor. Y así fue, pero la mejora constante es muy difícil sin un suministro creciente de energía de alto rendimiento (energía que exija gastar muy poca de ella misma para conseguir más). Ya no hay más energía creciente: El pico de producción de petróleo se alcanzó, curiosamente, en 2007. Sigue y seguirá habiendo petróleo, pero no al ritmo necesario para que las gentes, de todo el mundo, aumenten un, digamos, 5% anual su riqueza.
El aumento de riqueza se ha estancado. Si el futuro es trabajar sin mejorar, las personas se vuelven hacia otros objetivos: Que mi jardín sea solo mío, que no oiga yo hablar en rumano en el bar de la esquina, vivir de sueños …
Esto deriva del miedo.
Ayer estuve en un examen de mis alumnos. Muchos me decían que se ponen nerviosos. Estos “nervios” son consecuencia del miedo.
Lo vemos claramente en Cataluña: Ellos eran los “ricos” de España. Eran los que controlaban la riqueza fabril. Pero hoy una buena parte de la riqueza ya no deriva de las fabricas, sino de los servicios. Ven que han dejado de ser los “reyes del mambo”, y tienen miedo de seguir por ese camino. Y se revuelven.
Lo que genera resistencias férreas, hasta llegar a las guerras, es la pérdida de los privilegios. Se vio en las revoluciones inglesa y francesa. En el estallido de la primera guerra mundial, en la subida de Hitler. En la guerra civil inglesa, en la revolución francesa, los aristócratas ingleses y franceses se revolvieron como gato panza arriba contra los nuevos ricos, los burgueses que querían participar en esos privilegios. Austria no quería permitir que los “siervos” serbios accediesen o al co-gobierno con Austria, o a la independencia, los “superhombres” alemanes no podían aceptar que los “inferiores” franceses dispusieran de la industria del Ruhr.
Los catalanes, sin verbalizarlo, se dicen a sí mismos: Si no podemos controlar financieramente al resto de España, nos encerramos. Seremos pobres, pero dentro de nuestra casa. Así no se verá que hemos perdido el privilegio.
Europa, realmente, se construyó desde la hazaña de Colón. La América inglesa, los EEUU funcionaron como “sueño americano” mientras había energía de sobra de que disponer: Primero las tierras del Oeste, luego, el petróleo. Hoy el fracking ya no es lo mismo. Y de ahí la llamada imposible de Trump: “Hagamos América grande de nuevo”. Ya no puede.
Hay solución, pero exige una revolución mental, y las revoluciones son sangrientas, aunque sea la sangre cerebral, el esfuerzo inmenso de cambiar de forma de pensar.
Para poder seguir creciendo, ya no podemos confiar en los “capitanes de empresa”: En trabajar, cada vez por más dinero, para otros que asumen los riesgos. El sistema capitalista ya no puede seguir funcionando. Y no sugiero el sistema comunista, que es capitalista, pero donde solo hay uno de ellos, solo un capitalista en régimen de monopolio: El capitalismo llevado al extremo.
Lo que he escrito en The Conversation, es que debemos, todos, aceptar la incertidumbre, vivir con riesgo, crear cada uno nuestra propia riqueza, no común, sino riqueza individual, porque la energía de hoy y del futuro no está en muy pocos campos de petróleo, en muy pocas fábricas en el Ruhr, sino que está distribuida por el globo.
Pero lo habitual desde hace 200 años es que el riesgo lo asumen muy pocos, y la mayoría mejora constantemente trabajando para esos pocos.
Mientras los mensajes sigan siendo los mismos de siempre: “Voy a mantener y subir las pensiones”, “Voy a subvencionar la economía”, la sociedad se irá rompiendo en cachitos.
Se precisa otro mensaje: “Tenéis que trabajar todos, tenéis todos que asumir riesgos, nadie os va a cuidar”
Esto no vende, no atrae votos. El resultado será, de nuevo, una confrontación hasta encontrar un nuevo esquema socio-económico.
Lo que es claro es que no se puede seguir con el mensaje caduco: Europa, pero no solo Europa, se rompe con ese mensaje.